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Imparable. Este Valencia empieza a ser insultantemente efectivo. Le da igual merendarse a un candidato a todo que hundir en la miseria al Sevilla y a su entrenador ... . Mestalla vive en un continuo éxtasis. Que dure la fiesta por favor. Ha sido tanto el sufrimiento que esto sabe a gloria. Los números son asombrosos para la tropa de Corberán. Treinta puntos en veinte partidos lleva el señor de la voz ronca de Cheste. Lo cogió en la más absoluta de las miserias y lo ha instalado en un tobogán de felicidad casi permanente, abriendo un incierto camino inesperado hacia aguas mucho más tranquilas y hasta ambiciosas. Soñar siempre es gratis, placentero.
Valencia CF
Mamardashvili, Foulquier, Tárrega, Mosquera, Gayà, Barrenechea, Javi Guerra (Diakhaby, 86'), Diego López (Rafa Mir, 73'), Rioja (Fran Pérez, 86'), Almeida (Pepelu, 73) y Sadiq (Hugo Duro, 59').
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Sevilla
Nyland, Carmona (Pedrosa, 79'), Badé, Gudelj (Juanlu, 79'), Kike Salas, Agoumé, Sow, Sambi (Saúl, 66'), Lukebakio, Peque (IDumbo, 66') e Isaac (Ejuke, 66').
Gol: 1-0, Javi Guerra (45')
Árbitro: Sánchez Martínez (C. Murciano). Mostró cartulina amarilla a Javi Guerra, Foulquier, Carmona y Kike Salas
Incidencias: 45.618 espectadores en Mestalla
La intensidad, la emoción y la explosión que se vivió al final no tiene precio. De la desolación y la tristeza a la euforia desbordante. La afición valencianista se marchó este viernes a casa preguntándose qué lástima de no haber hecho las cosas medianamente bien mucho antes. Con poquito, el panorama actual sería casi un lujo.
Y esas sensaciones del final contrastaron descaradamente con el balance que resultó en una primera parte de una pasta muy difícil de digerir. Pero el fútbol a veces es tan caprichoso que depara sorpresas como la que llegó prácticamente a pocos segundos de que el árbitro pitara el tiempo de reflexión. Fue suficiente. De padecer lo suyo y hasta de sospechar que la entrada de Foulquier a Isaac dentro del área podía traer de nuevo un susto inesperado, a celebrar por todo lo alto un golpeo de Javi Guerra en el que únicamente creyó él después de resbalarse. El chaval se ganó a pulso volver a ser el artífice de la nueva obra de Corberán.
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Al Valencia le había tocado la lotería casi por eliminación. Porque, a fuerza de ser sinceros y aunque luego se niveló el asunto, resultó ser el Sevilla el que mejor se adaptó desde un primer momento a las circunstancias del partido. Con esos tres puntas en el tablero, los andaluces cegaron por completo la salida de balón valencianista, hasta el punto de que provocar un buen puñado de errores en la circulación. Lentos y hasta por momentos algo mal colocados, al Valencia no le salían las cuentas por ningún lado. Ni sabía cómo quitarse el marrón de encima ni cómo llegar en mínimas condiciones a Sadiq. Ni en corto ni en largo. Demasiadas concesiones para un rival que conforme iban pasando los minutos se iba autoinyectando esa creencia de que quienes habían volteado al Real Madrid hace seis días en el Bernabéu, esta vez no tenían ni idea de lo que llevaban entre manos. Ilusos.
Llegó ese penalti que desquició a Gayà y que el VAR enmendó a Sanchez Martínez; también ese gol de Sambi que el asistente anuló porque el balón lanzado desde el córner había ido por fuera de la línea de fondo –al margen de la cantada de Mamardashvili en la salida– y hasta una ocasión clarísima en una rápida contra que Isaac pifió con un remate algo infantil, con el meta prácticamente entregado. Las intenciones del Sevilla evidenciaban que algo malo podía pasar, hasta que Javi Guerra se las ingenió para dar un respiro a Mestalla.
Antes, eso sí, Badé había estrellado el balón en su propia portería en el intento de despeje. No fue el único momento en el que el balón fue escupido por la portería. Javi Guerra, por ejemplo, tuvo otro nada más arrancar el segundo tiempo. Fue ese último apunte el avance de que en la charla, Corberán había lavado la cara a su gente. Al Valencia no le salían las cosas por la vía futbolística pero sí por coraje. El técnico recuperó el manual del Bernabéu. Cambió a los dos de arriba y eso hizo que las sensaciones fueran mejorando lo suficiente. Tanto que a Duro le bastaron unos pocos minutos sobre el terreno de juego para tener la opción de repetir la gesta de la capital. Su cabezado, esta vez, lo desbarató Nyland con una mano prodigiosa, y el golpeo posterior de Diego López se fue a córner por el rebote defensivo. Una verdadera lástima porque el Valencia estaba en disposición de haber cortado al Sevilla en la yugular.
Pero como en los viejos tiempos en los que Valencia y Sevilla jugaban a ser grandes, tuvo que aparecer Mamardashvili. Vaya mano le sacó a Sambi. El duelo creció y aumentó las revoluciones de un estadio que empujó a los suyos como en los viejos tiempos, cuando ganar era la rutina.
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